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Haití: Esperanza en la distribución de la ayuda.

16 de septiembre de 2015 | Todas

Salimos de Santo Domingo hacia Haití y de camino decidimos pedir a los camiones de donaciones, que ese día se dirigían a Barahona para ser depositados en unas naves industriales, que nos acompañaran. Llegamos a Jimani, pueblo fronterizo con Haití, dejamos organizado un equipo con personal de Bono y el Centro Poveda y cruzamos la frontera con dos grandes camiones de ayuda. Nos aseguramos de ser acompañados de seguridad militar.


Llegamos al noviciado jesuita ya casi de noche y no descargamos los camiones por miedo a la reacción de la población. Ya no teníamos seguridad militar pero diligenciamos para tener dos policías para la vigilancia de esa noche.


Al día siguiente, temprano en la mañana descargamos y luego nos reunimos para organizarnos. Mientras nos reuníamos un gran número de personas empezó a golpear la puerta pidiendo que se distribuyera la comida. Detuvimos la reunión y pensamos en lo peor. Hubo que llamar a la policía. Llegó la policía y la gente no se dispersó. El comandante nos pidió que les diéramos una botella de agua y les despidiéramos con la promesa de que también a ellos les daríamos de la ayuda recibida. La gente aceptó y les prometí que iría a hablar con ellos más tarde.


Esa tarde me acerqué a ellos. Nuestro noviciado está en la entrada de su barrio, que es muy pobre y en el que residen muchas victimas del seismo. Esa tarde tuvimos una excelente asamblea de moradores. Entendieron que necesitábamos tiempo para organizar la distribución, nosotros entendimos que ellos también debían ser beneficiarios de nuestra ayuda. Les compartí nuestro miedo y sentimiento de inseguridad y nos garantizaron que en la zona ellos pondrían la seguridad. Se organizaron para recibir la ayuda y se comprometieron a ayudarnos a descargar los camiones. No saben la alegría que me produjo todo este proceso. Una alegría ligada a una nueva comprensión de la situación, a unas referencias muy concretas de personas, a una nueva forma de gerenciar la ayuda. Hay que integrar a la gente lo más que se pueda en el proceso mismo.


Cuando la gente se agolpó en nuestra puerta, recuerdo la voz y el rostro de Soucet, una mujer muy valiente que exigía comida con enojo y valor. Recuerdo mi temor frente a tanta gente. Ahora veo caras amigas, gente con las cuales compartir y trabajar juntos por una misma causa. Ahora tenemos una seguridad y protección más fuerte que la que nos pueden brindar las fuerzas militares, tenemos el acompañamiento de quienes pretendíamos acompañar y ayudar.

Me detengo aquí por el momento. Nos seguimos encomendando al Dios de la vida y el amor que nos renueva diariamente aumentando nuestra esperanza en la posibilidad de un mundo más fraterno.»